
“Eris, insaciable en sus furores, hermana y compañera del homicida Ares, la cual al principio aparece pequeña y luego crece hasta tocar con la cabeza el cielo mientras anda sobre la tierra. (...) penetrando por la muchedumbre, arrojó en medio de ella el combate funesto para todos y acreció el afán de los guerreros.”
La Ilíada
Por las noches Gabriel siempre incurría
en la misma repetición, como las estaciones que retornan cada año, como parte
fundamental de un ciclo eterno pero cósmicamente insignificante, se sumergía en
el caudal de letras y vocablos que contenían sus recuerdos y sus historias. Jugaba conjugando palabras:
amoamoraromaabrazorechazoabandonoperdonlujuriafuriasoledadafectosuicidioidiolio.
La corriente del
caudal alfabético dependía quizás de palabras oídas de un amigo, el saludo de algún
vecino, el rayo de sol matutino al despertar o el silencio de los ya ausentes.
Las letras siempre las mismas y el recorrido, un orden absoluto pero tan
multideterminado que su expresión solo podía ser contemplada como obra de la
diosa del Caos siempre triunfante.
Como muchos
crédulos, Gabriel tenía la costumbre de visitar algún adivino o “un oráculo”
como a él le gustaba llamarlo. Solía visitarlo siempre en primavera. Lo
consideraba “un ritual absurdo”, pero se había encariñado con el a través de
los años. Se entregaba a esos juegos supersticiosos, propio de aquellas
personas sin una voluntad determinada que confían su fe a un charlatán
decidido. Aunque el mismo Gabriel no pertenecía a ese Género de personas. “Un pasatiempo”
decía, le gustaba imaginar futuros trágicos, amores idílicos. Disfrutaba
entregarse a fantasías en las cuales las letras de su historia podrían
modificarse. Quería imaginar que aquellos que amó vendrían a visitarle y
charlarían con él largo rato por la noche bebiendo algún
néctar dionisíaco, quería imaginar que algún día conocería algún
hombre de quien enamorarse para así vivir feliz eternamente. Le encantaba que
el oráculo haga de sí otra persona, alguien diferente con distintas desgracias
y nuevos deseos.
Siempre me pareció muy enigmática su mirada y nuestras conversaciones eran tan incoherentes como certeras. Recuerdo con mucha lucidez la última vez que lo vi, era en verano y el calor era espantoso. Él se encontraba sentado junto a un árbol cerca del río al cual siempre recurríamos para entregarnos a nuestras charlas profundas o superfluas. Cuando lo crucé, me sonrió con un tinte algo sombrío. Ese día pasamos toda la tarde charlando, discutiendo sobre algunas ideas contrapuestas y riendo por los desacuerdos.
Me dijo que la
primavera anterior había visitado a una tarotista, y ésta le había predicho una
historia de amor muy profunda pero que luego, como todos aquellos incidentes de
pasión intensos, se deterioraría con la misma rapidez con la cual había
emergido.
De modo
apresurado, enseguida reaccioné diciéndole que no se amargue por aquellas
historias que no se hayan cumplido, después de todo, era todo un
entretenimiento. Me extrañaba que Gabriel creyera de esa manera en sus propios
juegos. Él me miro serio, negaba con su cabeza.
- Es que si sucedió. me dijo.
- ¿No te das
cuenta Eduardo? Si no fui esta vez, es porque si pasó.
No entiendo, le
dije. Entonces deberías estar contento. Yo volvería a visitar a la adivina aun
con más entusiasmo.
- ¿Te acordás
cuando hablamos del amor Eduardo? Discusiones sobre psicología, biología,
metafísica… charlatanería Eduardo. Estoy acorralado. Ya no puedo por las noches
entrar en mis ensoñaciones, el caudal se escapa de las palabras. No las hay.
Mientras Gabriel
hablaba su rostro era mármol y sus ojos eran abismos que llevaban hacia algún
lugar absolutamente impenetrable para cualquier extranjero de ese cuerpo.
¡Vamos Gabriel! Le dije. Sos uno de los tipos más inteligentes que conozco, no
me vas a decir que un amor no puede superarse, bien sabes que se pasa con el
tiempo, miles de veces hemos charlado sobre estos temas. Eras vos, el que me
aconsejaba cuando yo tenía algún mal de amores.
- Ya se Eduardo, ya se. Pero hay un límite al cual un corazón puede adaptarse y si digo corazón, es porque me entendés. Nunca me gustaron las cursilerías. Algunas veces me gusta jugar con las palabras como velos que cubren la existencia y tejen laberintos sobre el mundo ¿Pero esto Eduardo? Esto no tiene que ver con depresión, duelos patológicos, amores platónicos o el achicharramiento de las dendritas neuronales. Mis palabras, Eduardo, con las que trenzaba realidades donde deambular me abandonaron. Solo queda un volcán de fuerza sin dirección, como un invulnerable templo hacia el caos.
- Ya se Eduardo, ya se. Pero hay un límite al cual un corazón puede adaptarse y si digo corazón, es porque me entendés. Nunca me gustaron las cursilerías. Algunas veces me gusta jugar con las palabras como velos que cubren la existencia y tejen laberintos sobre el mundo ¿Pero esto Eduardo? Esto no tiene que ver con depresión, duelos patológicos, amores platónicos o el achicharramiento de las dendritas neuronales. Mis palabras, Eduardo, con las que trenzaba realidades donde deambular me abandonaron. Solo queda un volcán de fuerza sin dirección, como un invulnerable templo hacia el caos.
- Gabriel, estas
exagerando. Esto es temporal.
- Mirá Eduardo, Yo
sé que pensas que todo al parecer tiene un orden, una explicación y de esa
manera justificas cualquier tipo de sujeción a cualquier tipo de calamidad.
Por un lado, claro que tenés razón, todo esto que te cuento más podría ser una
prueba de tus teorías. Pero cualquier argumento que le quieras poner a esta
realidad que te cuento utilizando la misma ficción de las palabras, son todo
soportes estructurales de algo definitivamente ingobernable.
- Estás mal. Perdiste el sentido. Le dije seriamente.
- Eduardo… Sabes
bien que no podes usar ese razonamiento trillado. El sentido no se pierde,
quizás si, en la más fuerte de las locuras, pero a mi pesar, reconozco que mi
nueva devoción al caos, muy a mi pesar, termina recurriendo a las palabras y
sentidos para hacerse presente en mi persona. Por un lado lo aborrezco por
impuro, por otro lado lo agradezco, si así no fuese probablemente estaría
completamente loco.
- Igual para mi estas deprimido Gabriel,
es eso.
- Yo no te digo
que el mundo es
asqueroso y no hay ningún futuro favorable para la vida de los hombres, aunque
por otro lado, algunas veces, eso parece ser una completa verdad lamentable.
Pero sabemos que también la vida está llena de cosas maravillosas.
- Bueno, menos mal
que aun reconoces lo jubiloso de la vida. ¿Cuantos momentos de esos hemos
tenido en todos estos años que nos conocemos? Me sonrió de solo pensarlo.
- Muchos, por
suerte muchos Eduardo. Pero ahora veo otra cosa y no la entiendo, pero la
advierto. ¿Cómo volver ahora a mis rituales? Tenés razón al pensar que es más
coherente asumir un rol estipulado y reaccionar frente a los sucesos como el
argumento cultural propone. Pero hay reales y ficciones mucho más interesantes
que las verdades que nos ofrecen. El Caos es la ficción humana más desnuda.
- ¿Y entonces qué,
Gabriel, entonces qué?
- Entonces dejar
que gobiernen Eros, Eris, Tánatos y Morfeo y ¡Que asesinen las palabras muertas!
Pasé muchos días
pensando en aquel encuentro, intenté ubicarlo semanas posteriores pero jamás
halle algún rastro de Gabriel. Después de ese día nunca más volví a verlo o a
saber de él. Ningún allegado, familiar o alguno de sus pocos amigos pudo
decirme algo. Me guardo los recuerdos de nuestra amistad hermana y
resplandor en sus ojos al decirme una última frase:
“Soy el esclavo ateo de mis
dioses.”
Diego F. A. Cabeza
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